Luis Peraza es embajador para la reconciliación del Programa de Alianzas para la Reconciliación de USAID y ACDI/VOCA. Es araucano de nacimiento, pero, como él mismo cuenta en este relato en primera persona, su pasado, su presente y su futuro siempre han estado relacionados con Venezuela y el estado fronterizo de Apure. Se considera un hombre llanero y es el presidente de la corporación de turismo comunitario TUREDCO.
El Llano más auténtico de Colombia está en Arauca. Paradójicamente, al estar en la periferia, en la punta más extrema del país hacia el Oriente, nos hizo preservar nuestras costumbres. Pero este Llano no solamente es nuestro, porque lo compartimos con los hermanos venezolanos. Si uno lee La vorágine, de José Eustasio Rivera, y Doña Bárbara, de Rómulo Gallegos, novelas colombianas y venezolanas, uno encuentra en Arauca personajes como los que nombran en esas obras.
El Llano
Nosotros tenemos en el Llano, este Llano que no conoce fronteras, nuestra raza propia y única. Tenemos al indígena, que vivía en este territorio completamente solo hasta la llegada de los conquistadores; al afro, que llegó desde África en barcos cruzando el Atlántico; y al europeo que tuvo que acostumbrarse a una nueva tierra. De toda esta amalgama está hecho el llanero. Es una bella paradoja, porque cuando se imaginan al llanero lo imaginan con botas y sombrero, a caballo domando ganando. Sin embargo, ni en Venezuela ni acá había nada de estas cosas. Todo es producto de este encuentro de mundos. Arauca es un mundo hecho de muchos mundos más. Y uno de estos es Venezuela.
Durante mucho tiempo, y antes del descubrimiento del campo petrolero de Caño Limón, nadie nos miraba a ver en este país. Así que crecimos bajo el abrazo venezolano. Yo mismo, cuando era niño, veía televisión de allá y cantaba el himno de Venezuela. Esos eran mis referentes culturales y aprendíamos de eso en la escuela. Así fue como aprendí a llevarme la mano al pecho y entonar: Gloria al bravo pueblo/ Que el yugo lanzó/ La ley respetando/ La virtud y honor. Las generaciones de ahora no sienten esta conexión tanto, pero yo fui de un momento histórico en el que para poder viajar hacia el interior del país tenía que cruzar la frontera y atravesar Apure, Barinas y Táchira y, desde ahí, ingresar a Norte de Santander para poder agarrar la vía para el resto de Colombia. Mi vida no la puedo imaginar sin Venezuela.
Un río que nos une
Quizá es por esa historia compartida que aquí en Arauca no siento tanto el rechazo hacia el venezolano, como sí puede pasar en otras partes del país. Y es que lo que pasa es que nuestra frontera está hecha de un río que no nos separa, sino que nos une. Por más que algunos quieran separarnos, es imposible porque tenemos una misma cultura. Cuando uno habla de la identidad llanera se refiere básicamente a una ecoregión cuya columna vertebral es el río Arauca. En cada orilla, la de Arauca y la del estado de Apure, hay rasgos tan similares que pareciera que fuéramos una nación diferente a Colombia y a Venezuela. Yo soy producto de esa hibridación típica de mi generación: mi mamá era apureña, mi papá araucano.
Somos porque existimos juntos, como una unidad. Es muy diciente que la Unesco haya declarado como patrimonio inmaterial y cultural de la humanidad a los cantos de trabajo o de vaquería. Porque se la hizo a la Orinoquía colombovenezolana. Así dice la declaratoria. Claro, los cantos pueden variar un poquito en Apure o en Arauca. Pero la esencia es en sí la misma.
Tipos de llaneros
A veces los llaneros araucanos nos identificamos más con los llaneros apureños que con los del Meta o Casanare. En el Meta para invitar a comer carne dicen “vamos a comernos una mamona”. Un araucano jamás le dirá así. Un apureño tampoco. Para nosotros es comernos una carnita asada, una ternera. Y esto se explica porque nuestros lazos son de sangre. Pueblos como Arauca, Cravo Norte, Puerto Rondón, y territorios del Casanare como Hato Corozal, San Luis de Palenque, territorios de sabana inundables, fueron pueblos fundados casi todos por venezolanos que no andaban fundando pueblos, sino hatos, fundos. Ellos se venían con su ganadería, sus obreros, algunos con esclavos y fundaban hatos que se convertían en aldeas, luego en villas y finalmente en pueblos. Somos colombianos en el presente, pero nuestras raíces se hunden fuertemente en Venezuela.
Por eso no es de extrañar que tanto allá como acá encontremos varios tipos de llaneros. El primero es el llanero pecuario o sabanero, un hombre de sombrero, caballo y ganado; un hombre que canta mientras trabaja, con su canto que es un lequeo que no tiene montañas que le devuelvan reverberaciones.
El segundo, es el llanero agricultor o veguero, que sabe mucho del conuco o de la huerta, como lo llaman en otras partes; es un tipo muy observador, que interroga el cielo, la tierra, el horizonte y tiene dichos como “gavilán vive tres años, tres gavilanes un perro, tres perros vive un caballo y tres caballos su dueño” o “lástima que un perro bueno se esté volviendo viejo”. También conoce mucho el río, porque sabe que a su vera se dan las mejores cosechas. Él sabe que para sacar un bagre, una rana es una buena carnada; que si quiere sacar nicuros o chorroscos, las tripas de gallina son lo mejor; que para un coporo, el maíz cocido es el secreto; y que para sacar el caribe, o sea, las pirañas, las carnes rojas son su tentación.
Tanto el primer llanero como el segundo están en vía de extinción en Colombia y en Venezuela. Abunda mucho el tercer tipo de llanero, el que llamamo patiquín. Es el hijo de esos dos, pero que se quedó en los centros poblados y en las cabeceras municipales. Se cree llanero porque come carne, pero no sabe por qué la come ni qué significado tiene comerla. A lo mejor aprende el deporte recio del llano: el coleo de toro, sin embargo, no sabe nada de su identidad más allá del estereotipo.
El llanero de corazón
El cuarto y último tipo es el llanero de corazón. Esta es la persona que no nació en el Llano y puede ser tanto nacional como extranjero; pero no extranjero venezolano, porque si es de Venezuela es de los nuestros. Antiguamente a los que venían del resto del país se les decía de forma despectiva “guate”. Pero ahora, es una forma cariñosa de referirse a quienes han amado esta tierra igual que nosotros. En cambio a los extranjeros, los llamábamos musiu, que es una forma llanerizada de decir “monsieur”, y se le decía por igual a franceses, italianos, árabes, lo que fueran. Y esto pasó aquí y allá, con sus guates y sus musius también. Porque nuestra autopista durante siglos fue el río Arauca, el Orinoco. El río fue la vía de penetración de la civilización en nuestro territorios.
Somos una gran nación Llanera, hecha de dos mitades. Esto es tan cierto que cuando Simón Bolívar llegó el 4 de junio de 1819, después de atravesar el río, él no decía “mis llaneros de Venezuela, mis llaneros de Colombia”, él hablaba de la Legión Llanera. Él siempre se refirió a los llaneros como una unidad. Compartimos apellidos y, sin romantizar la crisis, es como si una gran familia se estuviera reencontrando. Al menos pienso yo eso, porque crecí y nací acá. Y al araucano raizal le da mucha tristeza lo que sucede en Venezuela. Porque nosotros por estar en frontera tenemos la cédula de ambos países, íbamos y veníamos. Yo todavía tengo mi carro que lo compré allá, un carro venezolano. Y yo con cien pesos de acá me llenaban el galón full. Cuando el Bolívar valía 16 pesos colombianos, por allá, cuando yo era estudiante de bachillerato, me iba San Cristóbal en Táchira a pintar casas y así me luqueaba.
Toda esa generosidad que nos brindó un país tan rico nos hace decir “hey, hombre, démosle una manito, ayer fue por nosotros, hoy es por ellos”. Quizá por eso he sentido que en otras ciudades al venezolano le tiran más duro. Tal vez el resto del país nos pueda aprender a nosotros a los araucanos a darle la bienvenida al hermano. A nosotros siempre nos quedó fácil, porque fuimos, somos y seremos frontera.
* Esta nota fue publicada originalmente en el portal aliado Colombia Sin Fronteras